miércoles, 1 de mayo de 2013

005.1 SENTIR, COMO FIN ÚLTIMO

005.1 ¿Por qué habría yo de querer ser un hombre?

Cuando ser mujer me convierte en musa de deseos y pasiones.

Las caderas de una mujer arrastran a la suma desesperación por el alcance del éxtasis. Son el único lugar sobre la faz de la tierra que guarda en su interior la mayor realización del placer puro a la vez que es capaz de generarlo. Fuente de vida, de pasiones, de deseos. Lugar sagrado al cual temieron y añoraron desde tiempos remotos los hombres. Víctimas de actos impulsivos por poseer la riqueza de algo real, algo bruto en su esencia, en un mundo donde solo quedan materializaciones del desasosiego y del terror.

El sexo de una mujer es lo que convierte en sabio a un hombre. ¿Dónde sino se alcanza la mayor similitud a una fuente mística de belleza, a la comprensión de lo que es el sentir? Los hay que reniegan, que consideran la sexualidad obscena y vulgar creyendo por ello aspirar a algo superior, a una espiritualidad impoluta e infranqueable. Lejos de reconocer el valor de una madre, una hija, un amante, huyen de la búsqueda del sentir, huyen de la vida.

Mujeres, portadoras de la explicación a la existencia del ser humano, valientes, guías y luceros. Linternas de colores sobre caminos oscuramente frondosos. Poseedoras de la puerta de entrada al mundo de los sentidos, del placer, del amor, de la fantasía.

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